Articulo de opinión de Jairo Velasco sobre la actualidad del Burgos CF.
No somos muy de pedir por las orillas del Arlanzón; Seguramente esta mentalidad venga de nuestra historia como castellanos: fríos y sin intención de molestar, más acostumbrados a que nos quiten que a recibir. Estas sensaciones son muy extrapolables a todos los aficionados burgalesistas, muchas veces aquejados de llevar la tirita puesta antes de que llegue el golpe, porque sabemos que va a llegar.
Si pusiéramos en una balanza todo lo que nos ha dado este club desde que cada uno, individualmente, se pueda considerar seguidor, seguramente el plato que más pesara sería en el que recae lo negativo. Un escudo con una historia cíclica, con momentos de gloria pero enturbiado por otros muy tristes, en el que la estabilidad parece ser una quimera imposible de conseguir.
Sin duda, durante estos últimos años estamos viviendo uno de esos giros mencionados en el párrafo anterior. Deportivamente disfrutamos de uno de los lapsos más dulces desde que muchos tenemos recuerdo, consolidados en la división de plata del fútbol nacional y con coqueteos con la zona alta que enganchan a todo aquel que pisa las gradas del municipal. Muchos de los niños de la ciudad habrán incluido una camiseta de su querido Burgos en su carta a los Reyes, y pocas cosas pueden dar más orgullo a un club que lleva más de treinta años sin pisar la Primera División.
Pero si bien todo esto nos hace sacar pecho como aficionados blanquinegros, la situación administrativa y de dirección del club hace que todo lo conseguido en el verde pase a un segundo plano. En este punto debemos volver a acordarnos de la historia, de todo lo vivido desde principios de los años noventa: la refundación, Novoa, el descenso, los años por el desierto con Barriocanal, los Caselli, etc. Y es que, si, somos desconfiados y casi siempre nos tememos lo peor, pero es que si miramos atrás, se nos hace difícil tener una mentalidad más positiva.
Estas navidades personalmente he vivido uno de los momentos más tristes que recuerdo como aficionado del equipo de mi ciudad, no es una sensación desconocida y quizás por eso es aún más dolorosa. Esa emoción de que vuelven a jugar contigo, de que aunque ya no esperabas nada bueno de quien te lo hace, te sientes impotente al ver cómo te vuelven a engañar y además se pretende que pongas buena cara.
El grupo Yucón, aquellos burgaleses que venían a poner al equipo de su ciudad donde se merecía más allá de cualquier proyecto económico que pudiera haber detrás, se han desdicho una vez más y han vendido su juguete a cambio de un puñado de billetes sin tener en cuenta a su masa social, a la que perjuraban respetar y tener muy en cuenta en sus decisiones. Tristemente han preferido pasar a la historia del club como un grupo de empresarios sin escrúpulos, que primero vendieron su empresa a cambio de nada y dos años después mintieron a todo el accionariado después de haberla vendido de nuevo días antes.
Mucho misterio en todo lo que envuelve ahora al futuro de la entidad. Desconocemos quiénes serán los nuevos propietarios escondidos tras una empresa fantasma que tiene como sede una segunda planta de un edificio del centro de Madrid en la que nadie ha oído hablar de ella.
Desconocemos cuál es su proyecto deportivo y hasta donde llegarán las similitudes entre organizar conciertos y armar plantillas futbolísticas. Y también desconocemos qué papel va a tener Yucón en lo que le quede por el palco de El Plantío, en lo que seguro que no serán domingos fáciles para ellos.
Por todo lo redactado hasta ahora, mi carta a Sus Majestades de Oriente va a ser breve: que la noticia sea que no haya noticias. Que por fin los protagonistas sean los futbolistas, los esquemas, el entrenador y los fichajes de Michu, que dejemos de mirar a las oficinas y a las filtraciones diarias a la prensa, que podamos disfrutar de esa estabilidad deportiva que no conocemos desde hace mucho tiempo.
He de confesar que mis peticiones se me antojan difíciles de cumplir y he mirado más a mi corazón que a mi cabeza para escribir estas palabras, pero la navidad es época mágica para confiar en lo que parece imposible y esta vez no nos queda otra que creer.